La leyenda:

Atlas tuvo tres hijas, las Hespérides: Egle, Eritia y Aretusa. Las tres vivían en la tierra más occidental del mundo, unas islas maravillosas en el Océano Atlántico, un paraíso terrenal donde el clima era benigno y donde los árboles daban manzanas de oro.
La diosa Gea había hecho brotar esas manzanas como regalo de bodas para Zeus y Hera.
Las Hespérides cultivaban el Jardín y éste era custodiado por Ladon, un fiero dragón que arrojaba fuego por sus cien cabezas.
Hércules, el héroe más grande de la antigüedad, recibió la misión de realizar doce tareas, consideradas muy difíciles y conocidas como "Los doce trabajos de Hércules". El undécimo trabajo de éste consitió en robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Las manzanas fueron entregadas a la diosa Atenea, quien las devolvió al jardín y sus jardineras, las Hespérides.
En cuanto a Ladon, el dragón guardián muerto por Atlas, sigue vivo en us hijos los árboles llamados dragos. Según la leyenda la sangre, que manaba de las herdias mortales del dragón, cayó sobre el jardín y de cada gota creció un drago.

Bienvenidos/as

El Jardín de las Hespérides es un lugar donde pretendo expresar y compartir todo lo que siento. El sitio donde desahogarme.
Un escondite a la luz.
¡Deseo que os guste!


jueves, 19 de mayo de 2011

¡Súper poderes!

¿Si tuviera un súper poder cuál desearía? mmm! Hoy elijo el de parar el tiempo. Detenerlo. Volver inmóviles las agujas del reloj. ¿Por qué? Porque me gusta este momento, lo que ahora pasa, lo que veo, lo que siento, simplemente porque me da la gana. No quisiera que esto acabara nunca. Me gusta, estoy feliz, no me importan los comentarios, esos que pretenden herirme, ni las miradas acusadoras, me da igual tener unos kilitos de más, me da igual no ir siempre bien peinada. Me da igual casi todo eso que antes, me hacía sentirme mal. Frustrada, me hería y llamaba a mis lágrimas. Me da igual. ¿Por qué? Pues, porque esté como esté, haga lo que haga, últimamente me hace sentir especial. Me hace feliz, me hace reír, me vuelve tierna, duplica mi paciencia, triplica mis alegrías, cuadruplica mis sonrisas… no me deja estar mal. ¡Se niega! Es más, se enfada si lo hago. Me sorprende. Se ha vuelto atento, cariñoso, tierno, detallista… simplemente adorable. Me abraza a cada rato, me besa con el alma, me acaricia y saltan chispas, me toca y tiemblo, esas cosquillas del principio… ¡Han vuelto!
Y es que no sé, creo que la última vez le hice sentir mal, le conté como me sentía, sin omitir ni un detalle, creo que se sintió culpable, pero el cambio ha sido positivo, ha salido de él, de sí mismo, yo no pedí nada. Sólo explique cómo me sentía. Me bastó decirle… ¡te extraño! Extraño tus besos, tus caricias, la intimidad de la noche, los paseos largos, las bromas, las palabras de tonta, enana… esas que me hacen sentir linda, especial. Que me hacen única.
Reconocí mis errores, soy gritona, impaciente, con poca autoestima, a veces insegura, de lágrima fácil, visceral, a veces algo pesada, dura cuando me enfado, no atiendo a razones cuando algo no me gusta, me callo las cosas. Y aun así… sigue ahí. Conmigo, a mi lado, no me deja, no se va… ¿Por qué?
Dice, porque eres especial, no eres predecible, ni me haces esperar cuando quedamos, no te maquillas para ir a clase. No te da miedo la sangre, ni las cucas, ni los ratones o los lagartos. Te gusta la velocidad. Te da igual salir a comprar el pan con el pijama puesto, bajar al parking, tirar la basura… Te gusta hacer cosas nuevas, experimentar. Luchas por tus sueños y si te caes, te da igual el tamaño del golpe, te levantas… ¡Eres tú!
Soy muy insegura, no tengo autoestima, bueno, no mucha, me da miedo… dije en la carta. Pero me ha hecho entender que no es cosa mía, sino de los dos. Quizás te tenía un poco descuidada, algo olvidada. Perdón, me pide con la mirada, me abraza, me mira a los ojos y sólo dice… ¡Te amo!
¿Ahora enserio? ¡Quiero mi súper poder! ¡Ya! Anda… por fis. ¿Y tú cuál quieres?

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