La leyenda:

Atlas tuvo tres hijas, las Hespérides: Egle, Eritia y Aretusa. Las tres vivían en la tierra más occidental del mundo, unas islas maravillosas en el Océano Atlántico, un paraíso terrenal donde el clima era benigno y donde los árboles daban manzanas de oro.
La diosa Gea había hecho brotar esas manzanas como regalo de bodas para Zeus y Hera.
Las Hespérides cultivaban el Jardín y éste era custodiado por Ladon, un fiero dragón que arrojaba fuego por sus cien cabezas.
Hércules, el héroe más grande de la antigüedad, recibió la misión de realizar doce tareas, consideradas muy difíciles y conocidas como "Los doce trabajos de Hércules". El undécimo trabajo de éste consitió en robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Las manzanas fueron entregadas a la diosa Atenea, quien las devolvió al jardín y sus jardineras, las Hespérides.
En cuanto a Ladon, el dragón guardián muerto por Atlas, sigue vivo en us hijos los árboles llamados dragos. Según la leyenda la sangre, que manaba de las herdias mortales del dragón, cayó sobre el jardín y de cada gota creció un drago.

Bienvenidos/as

El Jardín de las Hespérides es un lugar donde pretendo expresar y compartir todo lo que siento. El sitio donde desahogarme.
Un escondite a la luz.
¡Deseo que os guste!


miércoles, 18 de mayo de 2011

IMPOTENCIA


Sentir. Sentir que deseas que el mundo se pare bajo tus pies, que te envuelven unas ganas inexplicables de que el reloj se pare, de pensar que si cerraras los ojos ahora sería como si nada hubiese pasado. Sentir como la situación se te escapa de las manos, como aunque grites no puedes hablar más claro, darte cuenta de que, aunque hundida, tienes ganas de seguir luchando. Sentir como la desesperación se apodera de tu cuerpo, y comienzas a ver como el reloj de arena de tu paciencia comienza a vaciarse. Oír murmullos a tu alrededor, comentarios de los que, aunque te gustaría, en estos momentos no eres capaz de evadirte. Sentir como se vuelve inevitable la situación. Como te duele en el alma no poder hacer nada. Darte cuenta de que tus esfuerzos, quizás son en vano, de que luchas contra la nada. Sentir como la desgana comienza a apoderarse de ti. Ver como el alma se te llena, poco a poco y muy lentamente de rabia. Querer gritar y no poder, sabes que no te van a escuchar. Darte cuenta de lo triste que es la situación. Sentir como los nervios contenidos te corroen por dentro, ver como las lágrimas te arropan a cada rato, en esos momentos que tienes libre. Sentir que los por qué de tus preguntas no tienen ningún tipo de contesta, ver como quien único puede responderlas, se refugia en su mundo y no se da cuenta de que te hundes, y aunque le tiende la mano, le pides que te ayude a subir, es inútil, no se da cuenta. Sentir que no te sientes especial, querer un beso y no poder recibirlo, necesitar un abrazo y que no haya quien te lo de. Sentir como el mundo que habías construido y creías tuyo poco a poco se deshace. Sentir que la agonía ha entrado en tu vida sin pasaje de ida. Sentir que pronto te quedarás sin ganas, y con ello perderás las fuerzas y muy lentamente, pero a tu vista, será como el paso de una estrella fugaz, la rutina se ha apoderado de aquello que más quería y sientes, que ahora, de verdad, es muy difícil rescatarlo.
Sentir que te quedas sin nada… eso, más o menos, es lo que se siente cuando la impotencia se apodera de cada parte de tu ser. Sentir que ya no puedes hacer más, que aunque te subas a la montaña y grites, será en vano, el eco se comerá tus palabras y pronto, muy pronto, quizás, ya sea tarde.


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