La leyenda:

Atlas tuvo tres hijas, las Hespérides: Egle, Eritia y Aretusa. Las tres vivían en la tierra más occidental del mundo, unas islas maravillosas en el Océano Atlántico, un paraíso terrenal donde el clima era benigno y donde los árboles daban manzanas de oro.
La diosa Gea había hecho brotar esas manzanas como regalo de bodas para Zeus y Hera.
Las Hespérides cultivaban el Jardín y éste era custodiado por Ladon, un fiero dragón que arrojaba fuego por sus cien cabezas.
Hércules, el héroe más grande de la antigüedad, recibió la misión de realizar doce tareas, consideradas muy difíciles y conocidas como "Los doce trabajos de Hércules". El undécimo trabajo de éste consitió en robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Las manzanas fueron entregadas a la diosa Atenea, quien las devolvió al jardín y sus jardineras, las Hespérides.
En cuanto a Ladon, el dragón guardián muerto por Atlas, sigue vivo en us hijos los árboles llamados dragos. Según la leyenda la sangre, que manaba de las herdias mortales del dragón, cayó sobre el jardín y de cada gota creció un drago.

Bienvenidos/as

El Jardín de las Hespérides es un lugar donde pretendo expresar y compartir todo lo que siento. El sitio donde desahogarme.
Un escondite a la luz.
¡Deseo que os guste!


miércoles, 6 de junio de 2012

Perhaps!

Quizá había llegado el momento de soltar de una vez por todas esa rabia contenida, de derramar todas y cada una de mis lágrimas reprimidas. De vomitar todo el mal de amor que tu cuerpo había causado en las tontas mariposas que desde que te conocí habitan en mi estómago. De escupir las esperanzas que insisten en quedarse sin permiso y de arrojar por la ventana las promesas que te hice y que tú no me permitiste cumplir. Quizá es hora de decirte lo mucho que te quise y de mostrar al mundo cuanto hubiera dado porque te quedaras a mi lado y no desaparecieras asi, sin más. 
Quizá es hora de gritarte, acribillarte, exiliarte por completo de mi vida, reprocharte tu estúpida y maldita cobardía que por desgracia, a mi, me pilló desprevenida. Quizá es que ha llegado el momento de no tener ganas de descolgar el maldito teléfono para decirte cuanto es que te echo de menos. Pero a decir verdad, me resulta casi insoportable concebir la idea de que tú solito con tu orgullo decidiste que ya no formaría más parte de tu vida...