La leyenda:

Atlas tuvo tres hijas, las Hespérides: Egle, Eritia y Aretusa. Las tres vivían en la tierra más occidental del mundo, unas islas maravillosas en el Océano Atlántico, un paraíso terrenal donde el clima era benigno y donde los árboles daban manzanas de oro.
La diosa Gea había hecho brotar esas manzanas como regalo de bodas para Zeus y Hera.
Las Hespérides cultivaban el Jardín y éste era custodiado por Ladon, un fiero dragón que arrojaba fuego por sus cien cabezas.
Hércules, el héroe más grande de la antigüedad, recibió la misión de realizar doce tareas, consideradas muy difíciles y conocidas como "Los doce trabajos de Hércules". El undécimo trabajo de éste consitió en robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Las manzanas fueron entregadas a la diosa Atenea, quien las devolvió al jardín y sus jardineras, las Hespérides.
En cuanto a Ladon, el dragón guardián muerto por Atlas, sigue vivo en us hijos los árboles llamados dragos. Según la leyenda la sangre, que manaba de las herdias mortales del dragón, cayó sobre el jardín y de cada gota creció un drago.

Bienvenidos/as

El Jardín de las Hespérides es un lugar donde pretendo expresar y compartir todo lo que siento. El sitio donde desahogarme.
Un escondite a la luz.
¡Deseo que os guste!


domingo, 20 de octubre de 2013

Desaparecer.

Una de las acepciones que recoge la RAE en el verbo desaparecer es, literalmente dejar de existir. A veces sería lo ideal, desintegrarse por un rato. Olvidarse de todo y de todos. Que las preocupaciones se tornaran gas en el espacio y se esparcieran tanto que se esfumaran. En ocasiones desearía irme lejos, tanto como pudiese, echarme a caminar y perder la noción del tiempo y el espacio, a veces me encantaría DESAPARECER
Hay momentos de la vida en los cuales descubrimos que hemos dado tanto por una determinada causa o persona que incluso dejamos de pertenecernos a nosotros mismos. En ese momento queremos pensar que somos capaces de decir "ni quiero, ni busco, ni ruego" pero entonces nos damos cuenta que el corazón tiene razones que la razón no entiende... En ese instante comprobamos lo grande que ha sido nuestra entrega y amor por esa causa que creíamos ¿especial? y también, justo en ese instante, nos percatamos de que muchos de nuestros esfuerzos han sido en vano.
A veces, me gustaría decir las cosas a la cara, sin intermedios, pero es que, resulta, que en ocasiones, cuando lo intento, las palabras se me pierden rumbo a la lengua y emocionarme, se vuelve inevitable.
Por eso escribo, porque si hablo lloraré, y estoy cansada de sentirme débil, cansada de ser plato de segunda mesa, cansada de no ser ¡ESPECIAL! cansada de que lo que siento no quede dicho, pero que siga siendo... así que sólo me queda ¿desparecer? Irme lejos, para ver quién corre detrás de mí, quién me busca, quién me echa en falta y quién se alegra de mi partida...
¡Qué triste resulta! Tener la certeza de que sólo se echan en falta las cosas y a las personas cuando ya no las tenemos cerca, pero quizás sólo esa sea la solución.

¡D E S A P A R E C E R!



domingo, 13 de octubre de 2013

Me quejo pero... y ¿a mí? ¡A mí me encanta divertirme!

Nos quejamos, nos encanta quejarnos. ¡Hay que admitirlo!
Los seres humanos somos inconformistas por naturaleza, tenemos prácticamente de todo, pero nunca es suficiente.
Cuando comienza el invierno queremos que sea verano y cuando llega el verano nos quejamos del calor.
Luchamos sin control para lograr entrar en una determinada carrera, pero cuando estamos dentro nos quejamos por el exceso de trabajo y estrés que nos produce.
Nos gusta comer caliente, pero nos quejamos cuando hay que soplar.
Adoramos las nuevas tecnologías pero nos quejamos del control excesivo que proporcionan a los demás de nuestra vida.
Aspiramos a encontrar a esa media naranja y cuando la tenemos nos quejamos de cómo nos trata, de las pequeñas discusiones del día a día y de todo lo que el amor implica.
Y nos quejamos y nos quejamos y volvemos a quejarnos.
¿Dónde está el problema? Aparte de esa innata cualidad de inconformistas que tenemos... Queremos que las cosas sean "ideales" y nos olvidamos de que la perfección no existe.
Alguna vez te has preguntado por qué te decepciona la gente... si no lo has hecho y si sí, pero no has hallado respuesta ya te lo digo yo; la gente nos decepciona porque de ellos lo mismo que nosotros les damos. Olvidándonos de que cada persona es un mundo y que no todos están dispuestos a entregarse en cuerpo y alma a una determinada causa...
Yo particularmente prefiero ver el lado bueno de las cosas y aprender de ellas.
Me declaro inconformista, sí, pero ¿qué le voy a hacer? si es mi naturaleza humana... siempre quiero más. Por eso procuro exigirme cada día un poco más.
Cuando comienza el invierno me hacen falta los días de playa y piscina, ansío tomar el sol y comer helado a toda hora y cuando llega el verano echo de menos las noches frías bajo una manta y los asaderos en el campo con el fresquito.
He luchado con todas mis fuerzas por alcanzar mi sueño, aún no lo he logrado, pero no me rindo y sí, me quejo del exceso de trabajo y el estrés, pero cuando veo que mi esfuerzo tiene recompensa sonrío y sigo adelante, subiendo peldaño a peldaño y luchando por mi sueño.
Adoro un buen plato de comida caliente, pero odio que esté hirviendo y tener que soplar para poder comérmela, porque ya no me sabe igual; eso sin contar que sentir que me he quemado la lengua es una sensación que me exaspera.
Me encanta el facebook, whatsapp y twitter... pero a veces reconozco que hago mal uso de ellas. Las empleo como vías de investigación con algunas personas y cuando me lo hacen a mí y me lo reprochan me cabreo.
Cuando estaba soltera siempre veía a los demás enamorados y felices de la vida y pensaba que yo nunca tendría a alguien que me tratara así... hace cinco años cuando le encontré estaba en un momento de mi vida en que había dicho ¡No al amor! y al final... acabé rendida a sus pies; reconozco que a veces si pudiera le mataría, que odio pelearme, pero que me encanta todo lo que una buena reconciliación implica.
Y me quejo y me quejo y me seguiré quejando.
Porque siempre que se critique algo de forma constructiva valdrá la pena. Porque para aprender hay que equivocarse y porque vivir la vida conformándose con todo no es nada divertido y... ¿a mí? a mí me encanta divertirme.


La vida no es la fiesta que esperaba, pero mientras esté en ella... ¡Bailaré!

martes, 9 de julio de 2013

Momentos.

Después de tener abandonado mi blog durante algún tiempo, de pronto ha vuelto esa inspiración, perdida por el estrés de los estudios y este es resultado:
Siempre me han acusado de tomarme las cosas muy a pecho, que a todo le doy demasiadas vueltas y que no debería preocuparme tanto por ciertas cosas.
Pues bien, he llegado a ese momento.
En otro tiempo determinadas situaciones que acontecen me habrían hecho llorar, tanto, que habría terminado por perder toda mi fuerza, hubiera sucumbido a los encantos de las dulces y a la vez saladas lágrimas perdiendo así toda oportunidad de salir a flote, en otro tiempo determinadas situaciones que acontecen me habrían hecho derrumbarme.
En la vida hay momentos para reírse, momentos para llorar, momentos de caer y claro está, momentos de volver a ponerse en pie. En la vida hay momentos de enfadarse y momentos para vengarse.
Y… ahora ¿de qué es momento?
Es momento de que dé a cada cosa el valor que en realidad tiene, ni más ni menos, es momento de que me preocupe de mí, momento de preocuparme por los demás lo mismo que ellos/as se preocupan de mí, es momento de vivir...
Antes caía fácilmente en las garras de la tristeza, me derrumbada desde el primer instante que algo no me salía bien, era capaz de llorar durante horas, incluso durante toda una noche. Ahora, nada es igual.
Ya no lloro durante horas, ya no sucumbo a los encantos de las dulces y saladas lágrimas. Ahora no pierdo mi tiempo en llorar inmerecidamente por nada o nadie. Me ha costado, pero he terminado por darme cuenta que mis lágrimas son un tesoro demasiado valioso como para andar por ahí desperdiciándolo. Me he dado cuenta de que las únicas lágrimas que de verdad merecen ser derramadas son las de alegría.
¿Sabes? A veces me da por autoevaluarme y pienso que quizás, en estos tiempos que acontecen me he vuelto una insensible, pareciera que nada me importa; pero sólo yo sé que eso no es así. Sólo que no merece la pena demostrar todo lo que sientes, porque ese es el mayor error que puede cometer una persona; pues le ofreces a otra persona todo el poder sobre ti, le das el arma más eficaz para derrocarte. Y ese lujo, no puedo ni debo permitírmelo nuevamente.
Quizás a determinadas personas les pueda extrañar mi nueva forma de actuar para con ellas, pero a mi juicio sólo les trato como hace tiempo debí tratarles. Quizás antes lloraba por esas personas, pero me he dado cuenta que ya no merece la pena. No, no la merece, porque toda esa fuerza que pierdo en llorar podría emplearla en mí y mi bienestar.
Puede que todo esto suene demasiado egoísta, pero qué se le va a hacer, dicen que una persona cambia por dos razones, aprendió lo suficiente o sufrió demasiado. 
En estos momentos sólo tengo dos opciones: vengarme o demostrar que soy mejor persona. Y cómo bien dicen por ahí… ¿para qué perder el tiempo en venganzas si ignorar duele más?
Hoy, aquí y ahora es momento de ignorar.