Siempre me han acusado de tomarme las cosas muy a pecho, que a todo le doy demasiadas vueltas y que no debería preocuparme tanto por ciertas cosas.
Pues bien, he llegado a ese momento.
En otro tiempo determinadas situaciones que acontecen me habrían hecho llorar, tanto, que habría terminado por perder toda mi fuerza, hubiera sucumbido a los encantos de las dulces y a la vez saladas lágrimas perdiendo así toda oportunidad de salir a flote, en otro tiempo determinadas situaciones que acontecen me habrían hecho derrumbarme.
En la vida hay momentos para reírse, momentos para llorar, momentos de caer y claro está, momentos de volver a ponerse en pie. En la vida hay momentos de enfadarse y momentos para vengarse.
Y… ahora ¿de qué es momento?
Es momento de que dé a cada cosa el valor que en realidad tiene, ni más ni menos, es momento de que me preocupe de mí, momento de preocuparme por los demás lo mismo que ellos/as se preocupan de mí, es momento de vivir...
Antes caía fácilmente en las garras de la tristeza, me derrumbada desde el primer instante que algo no me salía bien, era capaz de llorar durante horas, incluso durante toda una noche. Ahora, nada es igual.
Ya no lloro durante horas, ya no sucumbo a los encantos de las dulces y saladas lágrimas. Ahora no pierdo mi tiempo en llorar inmerecidamente por nada o nadie. Me ha costado, pero he terminado por darme cuenta que mis lágrimas son un tesoro demasiado valioso como para andar por ahí desperdiciándolo. Me he dado cuenta de que las únicas lágrimas que de verdad merecen ser derramadas son las de alegría.
¿Sabes? A veces me da por autoevaluarme y pienso que quizás, en estos tiempos que acontecen me he vuelto una insensible, pareciera que nada me importa; pero sólo yo sé que eso no es así. Sólo que no merece la pena demostrar todo lo que sientes, porque ese es el mayor error que puede cometer una persona; pues le ofreces a otra persona todo el poder sobre ti, le das el arma más eficaz para derrocarte. Y ese lujo, no puedo ni debo permitírmelo nuevamente.
Quizás a determinadas personas les pueda extrañar mi nueva forma de actuar para con ellas, pero a mi juicio sólo les trato como hace tiempo debí tratarles. Quizás antes lloraba por esas personas, pero me he dado cuenta que ya no merece la pena. No, no la merece, porque toda esa fuerza que pierdo en llorar podría emplearla en mí y mi bienestar.
Puede que todo esto suene demasiado egoísta, pero qué se le va a hacer, dicen que una persona cambia por dos razones, aprendió lo suficiente o sufrió demasiado.
En estos momentos sólo tengo dos opciones: vengarme o demostrar que soy mejor persona. Y cómo bien dicen por ahí… ¿para qué perder el tiempo en venganzas si ignorar duele más?
Hoy, aquí y ahora es momento de ignorar.
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