La leyenda:

Atlas tuvo tres hijas, las Hespérides: Egle, Eritia y Aretusa. Las tres vivían en la tierra más occidental del mundo, unas islas maravillosas en el Océano Atlántico, un paraíso terrenal donde el clima era benigno y donde los árboles daban manzanas de oro.
La diosa Gea había hecho brotar esas manzanas como regalo de bodas para Zeus y Hera.
Las Hespérides cultivaban el Jardín y éste era custodiado por Ladon, un fiero dragón que arrojaba fuego por sus cien cabezas.
Hércules, el héroe más grande de la antigüedad, recibió la misión de realizar doce tareas, consideradas muy difíciles y conocidas como "Los doce trabajos de Hércules". El undécimo trabajo de éste consitió en robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Las manzanas fueron entregadas a la diosa Atenea, quien las devolvió al jardín y sus jardineras, las Hespérides.
En cuanto a Ladon, el dragón guardián muerto por Atlas, sigue vivo en us hijos los árboles llamados dragos. Según la leyenda la sangre, que manaba de las herdias mortales del dragón, cayó sobre el jardín y de cada gota creció un drago.

Bienvenidos/as

El Jardín de las Hespérides es un lugar donde pretendo expresar y compartir todo lo que siento. El sitio donde desahogarme.
Un escondite a la luz.
¡Deseo que os guste!


martes, 9 de julio de 2013

Momentos.

Después de tener abandonado mi blog durante algún tiempo, de pronto ha vuelto esa inspiración, perdida por el estrés de los estudios y este es resultado:
Siempre me han acusado de tomarme las cosas muy a pecho, que a todo le doy demasiadas vueltas y que no debería preocuparme tanto por ciertas cosas.
Pues bien, he llegado a ese momento.
En otro tiempo determinadas situaciones que acontecen me habrían hecho llorar, tanto, que habría terminado por perder toda mi fuerza, hubiera sucumbido a los encantos de las dulces y a la vez saladas lágrimas perdiendo así toda oportunidad de salir a flote, en otro tiempo determinadas situaciones que acontecen me habrían hecho derrumbarme.
En la vida hay momentos para reírse, momentos para llorar, momentos de caer y claro está, momentos de volver a ponerse en pie. En la vida hay momentos de enfadarse y momentos para vengarse.
Y… ahora ¿de qué es momento?
Es momento de que dé a cada cosa el valor que en realidad tiene, ni más ni menos, es momento de que me preocupe de mí, momento de preocuparme por los demás lo mismo que ellos/as se preocupan de mí, es momento de vivir...
Antes caía fácilmente en las garras de la tristeza, me derrumbada desde el primer instante que algo no me salía bien, era capaz de llorar durante horas, incluso durante toda una noche. Ahora, nada es igual.
Ya no lloro durante horas, ya no sucumbo a los encantos de las dulces y saladas lágrimas. Ahora no pierdo mi tiempo en llorar inmerecidamente por nada o nadie. Me ha costado, pero he terminado por darme cuenta que mis lágrimas son un tesoro demasiado valioso como para andar por ahí desperdiciándolo. Me he dado cuenta de que las únicas lágrimas que de verdad merecen ser derramadas son las de alegría.
¿Sabes? A veces me da por autoevaluarme y pienso que quizás, en estos tiempos que acontecen me he vuelto una insensible, pareciera que nada me importa; pero sólo yo sé que eso no es así. Sólo que no merece la pena demostrar todo lo que sientes, porque ese es el mayor error que puede cometer una persona; pues le ofreces a otra persona todo el poder sobre ti, le das el arma más eficaz para derrocarte. Y ese lujo, no puedo ni debo permitírmelo nuevamente.
Quizás a determinadas personas les pueda extrañar mi nueva forma de actuar para con ellas, pero a mi juicio sólo les trato como hace tiempo debí tratarles. Quizás antes lloraba por esas personas, pero me he dado cuenta que ya no merece la pena. No, no la merece, porque toda esa fuerza que pierdo en llorar podría emplearla en mí y mi bienestar.
Puede que todo esto suene demasiado egoísta, pero qué se le va a hacer, dicen que una persona cambia por dos razones, aprendió lo suficiente o sufrió demasiado. 
En estos momentos sólo tengo dos opciones: vengarme o demostrar que soy mejor persona. Y cómo bien dicen por ahí… ¿para qué perder el tiempo en venganzas si ignorar duele más?
Hoy, aquí y ahora es momento de ignorar.





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