Tengo la debilidad de escribir, de plasmar lo que siento, expresarme mediante la prosa.
Hoy, me encuentro sentada en el banquillo de los acusados. Me toca declarar. Hoy declaro, que me declaro culpable.
Sí, culpable. Culpable de todo lo que no hice, culpable de todo eso que no dije a tiempo, culpable de las veces que he llegado tarde a una cita. Culpable de no haber pedido perdón en su momento, simplemente por orgullo. Culpable por no haberme dado cuenta antes de muchas cosas, culpable de haber permitido que me traicionaran. Culpable, por no haberme permitido soñar hasta hace muy poco.
Me declaro culpable, y no me arrepiento, es la verdad. Sólo yo soy culpable de no valorarme un poco más, culpable de haber perdido el tiempo en pensar en cosas que nunca sucedieron. Culpable por juzgar antes de tiempo, por haberme hecho perder a mí misma la capacidad de sorprenderme. Eternamente culpable…
A veces, el orgullo es un mal compañero de viaje, a veces, es preferible pedir perdón primero, llamar tú, dar el brazo a torcer… a veces más vale perder el orgullo, que por orgullo perder a alguien que de verdad merece la pena. Alguien que no te condiciona, que te quiere tal como eres, que no pide más, que sólo si sabe que estás bien, le basta para sonreír. Alguien especial.
Por todo eso, y seguramente, por mil razones más, hoy he decidido declararme culpable. Porque hoy soy yo la que te lo dice, pero más adelante será la vida, y puedo asegurarte, que no lo hará de una forma tan sutil.
La vida no se cuenta por el número de veces que respiramos, sino por el número de veces que perdemos el respiro.
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