La leyenda:

Atlas tuvo tres hijas, las Hespérides: Egle, Eritia y Aretusa. Las tres vivían en la tierra más occidental del mundo, unas islas maravillosas en el Océano Atlántico, un paraíso terrenal donde el clima era benigno y donde los árboles daban manzanas de oro.
La diosa Gea había hecho brotar esas manzanas como regalo de bodas para Zeus y Hera.
Las Hespérides cultivaban el Jardín y éste era custodiado por Ladon, un fiero dragón que arrojaba fuego por sus cien cabezas.
Hércules, el héroe más grande de la antigüedad, recibió la misión de realizar doce tareas, consideradas muy difíciles y conocidas como "Los doce trabajos de Hércules". El undécimo trabajo de éste consitió en robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Las manzanas fueron entregadas a la diosa Atenea, quien las devolvió al jardín y sus jardineras, las Hespérides.
En cuanto a Ladon, el dragón guardián muerto por Atlas, sigue vivo en us hijos los árboles llamados dragos. Según la leyenda la sangre, que manaba de las herdias mortales del dragón, cayó sobre el jardín y de cada gota creció un drago.

Bienvenidos/as

El Jardín de las Hespérides es un lugar donde pretendo expresar y compartir todo lo que siento. El sitio donde desahogarme.
Un escondite a la luz.
¡Deseo que os guste!


viernes, 19 de agosto de 2011

Falso amigo, oculto enemigo.

Políticamente correcta. Así me toca ser. Resignada, viendo como decide cambiar por momentos ante su vulgar presencia.
¡Imbécil! Es que no lo soporto, de verdad, cómo tengo que contenerme para no reventar. ¡Bendita promesa que le hice!
Soy de esas que tiene en la punta de la lengua lo que le da vueltas en la tripa, digo lo que pienso, lo que siento... ¡Sí! muchas veces me arrepiento y ¡sí! pido perdón, también sé rectificar.
Esta vez me supera, no puedo, es algo que me enferma, ver cómo va y viene su apasionante carácter, su ferviente personalidad, gracias a los logros de un "personaje" ¡Venga ya!
Encima tengo que callarme, resulta que debo ser comprensiva, aguantar como mejor pueda, y sin influir, sin presionar, sin forzar una elección, siento la obligación de guiarle, estar ahí; quizás me equivoque, puede que sólo sean manías mías... pero lo simpático es que no soy la única que así lo piensa.
¡No es igual cuando está con dicho sujeto!
De pronto, ¡zas! metamorfosis. Comienza a descuidar lo que más aprecia, se despista, recurre a la vil y sucia mentira. Pero no se da cuenta.
Creo que se refugia, siente que alguien le dejó de lado, lo cambió por una persona recién llegada, después de tantos años de fiel amistad, de valores inmensos, confesiones, consejos, ayudas, juegos, bromas, risas, quizás... incluso alguna lágrima. Después de toda una vida, casi, podría decirse; le cambia. Sin más.
¿El problema? Que también comienza a hacer cambios en su vida, cambios poco favorables, a los ojos de esas personas que más le apreciamos, los que estamos ahí siempre, en lo bueno y en lo malo.
Pero no se da cuenta. Se niega a admitirlo. ¿Orgullo? Probablemente... ¿Pena? No, no es pena lo que me da, es coraje, rabia. Me causa dolor en ocasiones, cuando soy yo la víctima de la fantástica y pésima a su vez, actuación de este personaje.
¿Herida? Sí, bueno, no sé, quizás más bien decepcionada.
¿Culpable? No, en absoluto le considero culpable, quizás un poco bobo, resultado de lo buena persona que es, lo da todo por una amistad, a veces, puede que como en este caso, ponga mucho, demasiado, en juego.
Desde la distancia, permíteme un consejo, querido y apreciado ser para mí:
No cambies sólo para satisfacer a otros, cambia porque te hace una mejor persona.
No obstante, me gustaría que supieses que ya eras buena persona.
Ahora, déjame que te pida perdón pero es que…
A veces las cosas que no podemos cambiar terminan por cambiarnos a nosotros.
Pero el problema es que ¡Te quiero! Y no puedo evitarlo… recuerda que no debes cambiar lo que de verdad quieres, por lo que quieres durante un rato.
¡Idiota! Sí, es la palabra que describe a ese personaje, pero el problema es que la idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás.
Los que le apreciamos, somos el ejemplo perfecto de sufridores de esa lacra.
A ti, querido personaje, permíteme decirte que encanto es lo que tienen algunos antes de creérselo. Por eso tú no lo tienes.
Por último, ya para finalizar, a mi querido ser, me gustaría recordarle algo:
Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.
CORRECCIÓN: Siempre lo supiste, pero nunca pensaste que lo perderías.


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